Por:
ESTEFANI DELGADO
April 9, 2025
La moda, en sus inicios, sirvió como una herramienta de diferenciación social, reflejando el estatus en lugar del estilo personal. La ropa era una representación visual de exclusividad. Las prendas hablaban por sí solas: marcaban jerarquías y definían quién tenía acceso a qué. La exclusividad no era un lujo creativo, sino una forma de mantener las diferencias bien visibles.
Durante mucho tiempo, la moda fue sinónimo de pertenecer —o aspirar— a un grupo. Luego vino la democratización: con la industrialización primero, y el fast fashion después, la moda se volvió accesible, veloz, masiva. Todos podíamos vestir “a la moda”, pero también comenzamos a ver cómo esa misma velocidad borraba los matices.
Trabajando de lleno en esta industria en mi día a día, lo veo todo el tiempo: un exceso de información visual, estéticas repetidas y tendencias que se suceden con tal rapidez que apenas alcanzamos a reconocerlas antes de que pasen de moda.
La ropa dejó de contar historias propias para convertirse en parte de un algoritmo. Y en ese camino, muchos dejaron de preguntarse si lo que vestían realmente los representaba.
Contexto y evolución de la moda en el comercio digital
El comercio electrónico transformó para siempre nuestra relación con la moda. Pasamos de recorrer vitrinas físicas a tener el mundo entero al alcance de un clic.
Lo que antes implicaba tiempo, traslado y cierta ceremonia, hoy se resuelve en segundos desde una pantalla. Esta revolución trajo cosas increíbles: más acceso, más marcas, más posibilidades de encontrar algo que nos guste,sin importar en qué ciudad o país estemos.
Pero junto con esa accesibilidad, llegó también la sobreoferta. El mercado digital, en su afán de competir por atención, comenzó a llenarse de propuestas similares, replicando microtendencias que cambian semana a semana.
Los catálogos de distintas marcas comenzaron a parecerse entre sí, y el estilo personal —esa expresión única que debería florecer con más opciones— se empezó a diluir en una marea de algoritmos y estéticas uniformadas.
Sin embargo, esa misma tecnología que nos trajo rapidez y saturación también tiene el potencial de abrir paso a una nueva etapa: una moda más conectada con la identidad del consumidor.
Las marcas —tanto globales como independientes— están comenzando a usar lo digital no solo para vender, sino para crear experiencias más humanas, más conscientes, más personalizadas.
Un ejemplo concreto de este movimiento en Chile es el “LookWeek” un evento online donde líderes ofrecen descuentos exclusivos, productos destacados y propuestas enfocadas en distintos estilos de vida, en donde más allá de ser una oportunidad para acceder a buenas ofertas, se fortalece la confianza del consumidor en el comercio electrónico y crea una experiencia de compra más emocionante, más cercana, más alineada con el disfrute y la identidad personal sin importar tu presupuesto.
El resurgimiento del individualismo en la moda
En medio de tanta repetición, surge un impulso natural por diferenciarse. Cada vez más personas se cansan de vestirse igual que el resto y de seguir tendencias que duran lo que un scroll en redes sociales.
En este contexto, el individualismo no se ve como un lujo, sino como una necesidad: la ropa vuelve a ser una herramienta para expresar quién soy, no solo qué está “a la moda”.
Este cambio no está ocurriendo solo en círculos de autor o diseño alternativo. Incluso las grandes cadenas de moda urbana, las marcas de herencia textil o las tiendas departamentales están adaptando sus estrategias para ofrecer más espacio a la expresión personal: lanzan colecciones limitadas, colaboraciones con creativos locales y globales que permiten la conexión con el entorno, o incluso permiten personalizar prendas básicas como chaquetas, zapatillas o accesorios.
La masividad ya no es suficiente. El consumidor de hoy busca algo más que vestirse: quiere que lo que compra diga algo sobre su identidad, que tenga una historia, un valor estético más allá del precio.
Como diseñadora, me entusiasma ver este cambio. No se trata solo de volver al pasado o de idealizar lo artesanal, sino de entender que el acto de vestirse —incluso cuando es digital y automatizado— puede seguir siendo una experiencia profundamente humana, creativa y auténtica.
La tecnología como aliada de la personalización
Aunque durante mucho tiempo se pensó que lo digital iba a deshumanizar la moda, hoy vemos señales claras de lo contrario. Las herramientas tecnológicas están evolucionando para adaptarse a un consumidor más exigente, más informado y más interesado en encontrar productos que realmente lo representen.
Desde los probadores virtuales hasta los sistemas inteligentes de recomendación basados en gustos, medidas o historial de búsqueda, la tecnología está facilitando experiencias de compra más personalizadas.
Algunas plataformas permiten ajustar tallas en tiempo real, previsualizar cómo se verá una prenda en distintos cuerpos o recibir sugerencias basadas en el estilo de vida del usuario, no solo en la última tendencia global.
Además, la recopilación de datos —cuando se usa con responsabilidad— ha permitido que tanto grandes tiendas como marcas especializadas construyan una relación más directa con sus audiencias. Ya no se trata solo de ofrecer “lo más vendido”, sino de entender quién está del otro lado de la pantalla y cómo quiere vestirse.
Para las empresas, estas herramientas representan una oportunidad única: conectar con personas que valoran la autenticidad, generar productos con mayor intención y ofrecer una experiencia donde el estilo no se impone, sino que se construye en conjunto.
Desafíos y oportunidades para diseñadores independientes y marcas
El regreso al individualismo no ocurre en un vacío. Para los diseñadores independientes, este escenario abre una puerta creativa enorme, pero también plantea desafíos estructurales: visibilidad, competencia y sostenibilidad en un mercado donde las grandes plataformas dominan la atención y los algoritmos muchas veces priorizan lo uniforme sobre lo auténtico.
Competir con precios bajos, tiempos de entrega inmediatos y catálogos infinitos no es fácil. La clave está en encontrar un lenguaje propio, una propuesta de valor clara y en utilizar las mismas herramientas tecnológicas que antes parecían ajenas, a favor de la conexión real con el consumidor. Las redes sociales, el e-commerce directo, las experiencias virtuales de compra y los eventos digitales especializados permiten que incluso las marcas emergentes se posicionen de forma sólida si logran construir una narrativa coherente.
Para las marcas consolidadas, el reto no es menor. Ya no basta con ser reconocida: es necesario adaptarse a una audiencia más consciente, que exige transparencia, ética y personalización. Las grandes tiendas y marcas deben trabajar para ofrecer no solo productos, sino experiencias: colecciones con sentido, plataformas que inviten a descubrir y no solo a consumir, y servicios que respondan a un deseo profundo de autenticidad.
Tejiendo sentido desde lo digital
En conclusión, la moda siempre ha sido un reflejo de su época. Hoy, en medio del ruido digital y la saturación de estímulos, asistimos a un giro silencioso pero profundo: un regreso al deseo de identidad, de pertenencia real, de expresión personal.
Lo interesante es que este movimiento no está en oposición al e-commerce, sino que lo encuentra como un nuevo canal para florecer. La tecnología, bien utilizada, puede ayudarnos a reconectar con lo esencial: crear, elegir y vestir con intención.
Desde mi punto de vista diseñadora de moda, creo que estamos viviendo una oportunidad única. No se trata solo de vender ropa online, sino de construir vínculos más auténticos entre las marcas y las personas. Diseñar experiencias donde el consumidor no es un espectador pasivo, sino un protagonista con voz, historia y estilo propio.
¿Estamos frente a una nueva era de la moda personalizada? Tal vez. Lo que está claro es que la masificación ya no seduce como antes, y que en un mundo cada vez más digital, el verdadero lujo será volver a lo que nos hace únicos.
Artículos relacionados